Casi inconscientemente tendemos a asociar el ADN a Watson y Crick, quienes como bien sabemos fueron los descubridores de la archiconocidísima doble hélice. Un proyecto no exento de la polémica, ya que incluso se ha llegado a especular que la famosa imagen por difracción de rayos X, a partir de la cual se pudo confirmar el modelo, que obtuvo Rosalind Franklin llegó a las manos de Watson de una forma no muy limpia. Algunos dicen que incluso llegó a seducirla...
El anarquismo espistemológico del que habló Feyerabend se encuentra más presente que nunca. Por ello, en esta primera entrada del blog quería reavivar un verdadero espíritu de investigación, el de una persona, además, eclipsada por el fenómeno mediático que supusieron Watson y Crick y que a día de hoy no ha recibido el reconocimiento que merece. Se trata del nada más y nada menos que el descubridor del ADN: Friederich Miescher.
Friederich Miescher nació en la ciudad suiza de Tubinga, una pequeña urbe universitaria, hecho que influiría enormemente en él. Pero lo que verdaderamente influyó fue el ambiente en el que creció: su padre y su tío materno eran médicos muy prestigiosos y profesores universitarios. Este hecho facilitó el acceso del pequeño Miescher al estimulante mundo científico.
Al igual que su padre, decidió estudiar medicina, aunque una vez terminada la carrera se decantó por la bioquímica. Todo por un problema auditivo que le impedía ejecer la profesión médica.
Posteriormente, comenzó a trabajar en Tubinga con Hoppe-Seyler, en el que era el laboratorio de bioquímica más puntero del mundo. Las investigaciones se centraron en determinar la composición química de la célula. Para ello, Miescher tuvo que conseguir vendas con pus para lo cual acudía al hospital de la ciudad. De estas vendas extraía leucocitos que utilizaba para sus investigaciones. En uno de sus experimentos obtuvo algo asombroso, una sustancia blanquecina y fibrosa que no correspondía a nada antes obtenido, no se parecía ni de lejos a las proteínas que estaba acostumbrado a obtener. Llamó a esta sustancia "nucleína". Más tarde, incluso, llegó a determinar su composición química exacta advirtiendo que poseía una gran cantidad de fósforo.
Sus investigaciones sobre la nucleína requirieron, incluso, que tuviera que lavar estómagos de cerdo para obtener pepsina, una enzima necesaria para obtener la nucleína. Miescher, era una persona un tanto perfeccionista por lo que sus sorprendentes resultados tardaron mucho en ser publicados.
Más tarde, obtuvo la cátedra de fisiología, puesto que ocuparon con anterioridad su padre y su tío materno. Miescher no sólo describió la composición química de la "nucleína" sino que llegó a afirmar que esta sustancia obtenida del núcleo de las células (realizó experimentos con esperma de salmones del Rin, demostrando que contenían "nucleína") era la responsable de la transmisión de los caracteres hereditarios. Incluso propuso un sistema para explicar el almacenamiento de estos, basado en la estereoisomería de las cadenas carbonadas.
Miescher dejó estos estudios para dedicarse a otras investigaciones. Trabajó desmesuradamente, durmiendo pocas horas, lo que lo debilitó mucho, tanto que contrajo una tuberculosis de la que no se recuperó.
Friederich Miescher falleció a los 51 años de edad, dejando tras de sí una vida de plena dedicación científica y, ante todo, uno de los descubrimientos más importantes de la biología y, en definitiva, de la historia de la humanidad: el ADN.
El anarquismo espistemológico del que habló Feyerabend se encuentra más presente que nunca. Por ello, en esta primera entrada del blog quería reavivar un verdadero espíritu de investigación, el de una persona, además, eclipsada por el fenómeno mediático que supusieron Watson y Crick y que a día de hoy no ha recibido el reconocimiento que merece. Se trata del nada más y nada menos que el descubridor del ADN: Friederich Miescher.
Friederich Miescher nació en la ciudad suiza de Tubinga, una pequeña urbe universitaria, hecho que influiría enormemente en él. Pero lo que verdaderamente influyó fue el ambiente en el que creció: su padre y su tío materno eran médicos muy prestigiosos y profesores universitarios. Este hecho facilitó el acceso del pequeño Miescher al estimulante mundo científico.
Al igual que su padre, decidió estudiar medicina, aunque una vez terminada la carrera se decantó por la bioquímica. Todo por un problema auditivo que le impedía ejecer la profesión médica.
Posteriormente, comenzó a trabajar en Tubinga con Hoppe-Seyler, en el que era el laboratorio de bioquímica más puntero del mundo. Las investigaciones se centraron en determinar la composición química de la célula. Para ello, Miescher tuvo que conseguir vendas con pus para lo cual acudía al hospital de la ciudad. De estas vendas extraía leucocitos que utilizaba para sus investigaciones. En uno de sus experimentos obtuvo algo asombroso, una sustancia blanquecina y fibrosa que no correspondía a nada antes obtenido, no se parecía ni de lejos a las proteínas que estaba acostumbrado a obtener. Llamó a esta sustancia "nucleína". Más tarde, incluso, llegó a determinar su composición química exacta advirtiendo que poseía una gran cantidad de fósforo.
Sus investigaciones sobre la nucleína requirieron, incluso, que tuviera que lavar estómagos de cerdo para obtener pepsina, una enzima necesaria para obtener la nucleína. Miescher, era una persona un tanto perfeccionista por lo que sus sorprendentes resultados tardaron mucho en ser publicados.
Más tarde, obtuvo la cátedra de fisiología, puesto que ocuparon con anterioridad su padre y su tío materno. Miescher no sólo describió la composición química de la "nucleína" sino que llegó a afirmar que esta sustancia obtenida del núcleo de las células (realizó experimentos con esperma de salmones del Rin, demostrando que contenían "nucleína") era la responsable de la transmisión de los caracteres hereditarios. Incluso propuso un sistema para explicar el almacenamiento de estos, basado en la estereoisomería de las cadenas carbonadas.
Miescher dejó estos estudios para dedicarse a otras investigaciones. Trabajó desmesuradamente, durmiendo pocas horas, lo que lo debilitó mucho, tanto que contrajo una tuberculosis de la que no se recuperó.
Friederich Miescher falleció a los 51 años de edad, dejando tras de sí una vida de plena dedicación científica y, ante todo, uno de los descubrimientos más importantes de la biología y, en definitiva, de la historia de la humanidad: el ADN.
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